Llegan a España libros prohibidos por el KGB

Se publican obras de Pasternak, Bulgakov, Platonov, Babel y Tsvitaieva, entre otros

CESAR VIDAL

La llegada de los bolcheviques al poder en octubre de 1917 se tradujo en un oleada represiva sin precedentes que tuvo sus efectos también sobre el terreno de la creación artística. Pasternak, Bulgakov, Platonov, Babel, Tsvitaieva o Gorky fueron sólo algunos de los autores que sufrieron la censura, el ostracismo, la detención en campos de concentración o la pena de muerte. En sus obras, perdidas y purgadas en los registros del NKVD, o de su sucesor, el terrible KGB, se han hecho realidad las palabras que el demonio Voland le dijo al maestro en la genial novela El maestro y Margarita de Mijail Bulgakov: «Los manuscritos no arden...». Si no han ardido se ha debido, en primer lugar, a la labor callada, anónima y peligrosa del samizdat, es decir, de millares de ciudadanos de a pie que copiaban a mano o a máquina los escritos prohibidos. En segundo, al trabajo apasionado de Vitali Shentalinsky. Hace ahora una década, cuando los vientos de la Perestroika habían comenzado a agitar las nieblas de la URSS, Shentalinsky solicitó autorización para examinar los materiales almacenados en los archivos del KGB relacionados con los grandes escritores de las últimas décadas. Fue el primero en hacerlo y se trató de una decisión arriesgada pero, sobre todo, fecunda. De aquella primera labor surgió De los archivos secretos del KGB, una magnífica obra de investigación que en España editó Mario Muchnik. Memoria histórica A una década de distancia de aquella verdadera gesta de recuperación de la memoria histórica, el Círculo de Lectores publica una colección dirigida por Vitali Shentalinsky y el profesor Ricardo San Vicente que permite recuperar obras en buena medida inéditas o cruelmente mutiladas por la censura soviética, merecedoras de la consideración de auténticas clásicas de la literatura del siglo XX. Dotadas de magníficos prólogos debidos a autores rusos como Galina Belaya, Irma Kudrova, Natalia Kornienko o el propio Shentalinsky, los distintos volúmenes cuentan con epílogos de escritores españoles como Jorge Semprún, Antonio Muñoz Molina, Ana María Moix o Sergio Pitol y, sobre todo, con apéndices en los que se reconstruye de manera rigurosamente documental la peripecia del autor y su obra. Esta parte de la cuidadísima edición invita ya de por sí a hacerse con unos libros que pueden calificarse de auténtico hito en la publicación española de los clásicos rusos. Gracias a la labor de Shentalinski, el lector español podrá leer por primera vez la versión completa y no expurgada de la Caballería roja, de Babel; los humorísticos y acerados Corazón de perro y La isla púrpura, de Mijail Bulgakov; poemas inéditos de Marina Tsvietaieva o un conjunto de relatos de Platonov que ni siquiera han sido publicados bajo forma de libro en la propia Rusia. Completarán la colección un volumen de Pasternak y otro de Anna Ajmátova. Shentalinsky, cuyo tercer tomo de investigaciones acaba de aparecer en ruso, dijo ayer a EL MUNDO que lo más importante es «recuperar la memoria: sacar la Historia rusa de la fractura que existe entre los primeros años del siglo XX y el periodo posterior a la desaparición de la URSS, esa época que nosotros denominamos el agujero blanco aunque en Occidente prefieran utilizar la expresión agujero negro». El momento de Isaak Babel Su «Caballería roja» podrá leerse ahora en una versión completa Mijail Bulgakov (1891-1940) es, sin ningun género de dudas, uno de los grandes escritores del siglo no sólo en la URSS, sino en el conjunto de la literatura universal. Simpatizante de los blancos en la Guerra Civil, de sus recuerdos de la época surgió La guardia blanca, una extraordinaria novela que sería llevada al teatro con el título de Los días de los Turbin y que gozó del beneplácito de Stalin. Dramaturgo extraordinario, autor de relatos que aún hacen llorar de risa y de ternura, su obra maestra es El maestro y Margarita, una novela situada en el Moscú de los años 30 cuyos protagonistas incluyen a un alter ego de Bulgakov [el maestro], una hermosa y fáustica Margarita, un conjunto de demonios e incluso el mismo Jesús de Nazaret. Su inicio, absolutamente extraordinario, consiste en un relato de la pasión de Cristo realizado por el propio diablo de acuerdo con los términos ortodoxos del marxismo. No resulta extraño que con ironías de ese calibre el régimen no le dejara ni publicar ni ganarse la vida. Sin embargo, Stalin prefirió jugar con él como haría un gato sádico con un ratoncillo. Le agobió con registros domiciliarios [como puede apreciarse en la fotografía superior] pero nunca ordenó detenerlo ni fusilarlo. En los 60, sus obras llegaron al público soviético pero espantosamente censuradas con la intención de quitarle todo el mordiente anti régimen. Peor fue la suerte de Isaak Emmanuilovich Babel. De origen judío, durante la Guerra Civil y la invasión de Polonia combatió al lado de los bolcheviques en la célebre caballería roja. De ahí surgiría su conocido libro Caballería roja que ahora puede leerse en una versión completa donde los excesos y brutalidades bolcheviques aparecen expuestos precisamente por un autor que era favorable a esta ideología. Finalmente, como pasó con millares de personas, ni siquiera su lealtad al régimen pudo salvarle. Detenido, durante años se supo que había muerto pero incluso en alguna ocasión se pretendió que su fallecimiento se había producido durante la II Guerra Mundial. Las investigaciones de Shentalinski dejan de manifiesto que pereció fusilado por el régimen comunista. Su pecado no había sido el ser un disidente sino meramente un sospechoso. Un alma triturada por la Revolución La historia de Marina Ivanovna Tsvietaieva (1892-1941) es, como la de Andrei Platonov, la de un alma sensible triturada por la Revolución. Extraordinaria poetisa, el delito de Tsvietaieva fue no poder identificarse con un movimiento político que no sólo consagraba la represión como forma indispensable de mantenerse en el poder sino que perseguía la libertad de creación sustituyéndola por la escritura al dictado del denominado «realismo socialista» y la imposición del mal gusto por decreto. Marina fue recogiendo en sus obras en prosa la angustia que le producía el nuevo sistema y reflejando en sus poemas un deseo, no pocas veces zaherido, de vivir y amar. Tras la Revolución bolchevique se vio obligada a exiliarse pero, como tantos rusos, era incapaz de vivir fuera de la Madre Patria. Además se sentía entrañablemente unida a su esposo, un antiguo oficial del Ejército blanco. Por amor a su marido deportado regresó a Rusia en 1939. Sólo encontró la hostilidad del poder político. Se suicidó desesperada por la detención de su hija y el envío de su hijo al frente. La suerte personal de Platonov no fue mejor. Sus obras no serían publicadas y la represión se cebaría en su familia.

"El Mundo", 23.11.00

 

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